Nota provisional e improvisada sobre la poesía de Vicent Andrés Estellés. Joan Fuster.

Volumen I de la Obra Completa de Vicent Andrés Estellés: Recomiendo tinieblas. Valencia: Tres y Cuatro, 1972



Los temas de Vicent Andrés Estellés, en una última reducción, tienen la desnuda elementalidad de la vida de cada día: el hambre, el sexo, la muerte. [...] El caso es que Estellés "abre los ojos"-todos los sentidos- en la siniestra etapa de los grandes pánicos, cuando no había espacio ni tiempo para el respiro, y la gente respiraba como podía. El amor venía a ser lo que él dice: rincones furtivos, deseos sofocados, fantasías meticulosas. Y el hambre: racionamientos, estraperlos, luz tasada. Subterránea, en la poesía del Estellés, hay una especie de ilusión foraz, entorno de pan, de la mesa de la infancia, del aroma estimulante de una salud desvanecida. Como la muerte: la muerte entonces más "muerto" que nunca: no era solamente un hombre o una mujer, una criatura que morían ... La exaltación pripàpica, la lágrima ante la penuria sistemática, el ataúd previsible, industrial como el duelo que se encuadra, son vivencias que tienen una datación exacta, tal y como salen en los poemas de Vicent Andrés Estellés. Y son locales, frenéticamente locales: de Burjassot en Valencia. Yo no me atrevería a afirmar que esto sea "realismo histórico". Pero sí es un testimonio -o un testigo- de la "realidad". Y escrito desde un ángulo muy preciso: desde una esquina. Estellés hace la poesía de una calle de Valencia, de un "trenecito" de Valencia a Burjassot: un residuo humano vigoroso, que se debate en la esperanza de seguir viviendo. No olvidemos, sin embargo, el marco del principio: cuando todo el mundo fornicaba mal, moría mal ... "